sábado, 25 de noviembre de 2006

el gofre

Las aventuras de Fredy Chico

Nuestro grupo de amigos es muy peculiar, tenemos entre 28 y 30 años y hay de todo y para todos los gustos, pero hay un personaje que es muy especial; se llama Fredy Chico, bueno, no se llama así pero responde por tal nombre.

Además de los innumerables adjetivos que lo califican, como podría ser el de torpe o gafe, este sujeto se caracteriza porque la gravedad es más intensa sobre él que sobre el resto de los seres vivos, “y hasta ahí puedo leer”. Todo quedará claro cuando os explique una de sus famosas aventuras acontecida hará 8 ó 9 años.

Pongámonos en situación: Sevilla, Martes Santo de esa Semana Santa llena de aglomeraciones, empujones, paradas, atascos de viandantes, caminatas en busca de procesiones, parones, más empujones, un poquito más de aglomeraciones y sobre todo un sol que pica, achicharra y que te hace sudar hasta por las uñas.

Pues como todos los Martes Santos salimos a patearnos las calles a eso de las 4:00 de la tarde, con “la fresquita” (por los cojones) mi amigo Jesús, yo y el sujeto que aquí nos ocupa. Ese gran Fredy que aparece con sus pantalones blancos de pinzas nuevos, su camisa “de marca” nueva, sus zapatos nuevos y su jersey, por supuesto, nuevo.

No sé si alguien ha estado en estas fechas en Sevilla pero os podéis imaginar el palizón que supone. A eso de las 6:00 de la tarde, Jesús y yo ya no podíamos más y nos habíamos sentado en los bordillos de media ciudad, pero Fredy NO, no se quería manchar. Las rodillas estaban destrozadas y eso que nos habíamos sentado en todas partes.

A eso de las 10 de la noche el cansancio era tremendo, habíamos limpiado todos los coches con nuestras posaderas intentando descansar, de mala manera, entre procesión y procesión, pero nuestro buen amigo Fredy NO. Además como efecto de sus nuevos y flamantes zapatos le habían salido, lo que podríamos llamar, unas ampollas como los cojones del caballo de Espartero.

Eran ya las 12:00 de la noche cuando en un momento de debilidad acudimos a uno de esos puestos ambulantes, expendedores de grasa, colesterol y Dios sabe que cosas más, para comernos uno de esos pastelillos edulcorantes, que en cada puesto está escrito de forma diferente, entre el nombre de los dueños “Manoli y Paquito”, al que nosotros por simplificar llamaremos “gofre”. Yo me lo pedí con nata, Jesús con un poco de mermelada y asombrosamente El Fredy se lo pidió con chocolate, “pero con mucho chocolate” le insistió a la dependienta.

Se mascaba a tragedia y no nos la queríamos perder. Increíblemente bocado tras bocado, Fredy esquivaba todos los goterones de chocolate que se le iban cayendo, hasta que llego, si queridos amigos, llegó la más grande, esa pedazo de gota, que más que gota era chorreón, que cae en su impoluto jersey dejando un rastro espectacular.

Nosotros nos queríamos morir de la risa, no contento con ello intentó limpiarse diciendo; “me mata, mi madre me mata”, con tan mala suerte que cogió una de esas servilletas que más que limpiar y absorber, lo que hacen es extender la mancha y repartir equitativamente la grasa, ampliando la zona afectada.

Tras largos minutos de carcajadas por nuestra parte y “enfurruñamiento” por la suya, se quitó el jersey y nos dispusimos a terminar nuestro periplo espiritual a eso e las 3:00 de la madrugada.

Camino de casa, andando por supuesto, con nuestros pies doloridos y los suyos destrozados, intentamos mantener las carcajadas y no sacar el tema. Llegando a nuestras humildes moradas, tras atravesar media ciudad, pasamos por la calle Ramón y Cajal.

Aquellas personas que conozcan Sevilla sabrán que en esta avenida hay una gasolinera, pues sí, teníamos que pasar por ahí. Jesús y yo íbamos delante y cuando estábamos cruzando por el medio de la desierta gasolinera escuchamos un sonido entre gutural y estomacal en forma de ¡UH! Cuando nos dimos la vuelta vimos a Fredy suspendido en el aire como en Matrix, cayendo lentamente sobre el suelo más sucio, grasiento y apestoso que os podáis imaginar, pero eso no fue todo porque tras la caída, y con la habilidad que le caracteriza, empezó a rodar y rodar por toda la gasolinera.

Nos quedamos paralizados mientras se levantaba lentamente y veíamos atónitos como su camisa, jersey a la cintura y pantalones “ya no tan blancos” de pinzas, quedaban cubiertos de una pringue de aceite, gasolina, hollín y yo qué sé más.

Sólamente deciros que tras varias arcadas, producidas por la risa que duró más de media hora ininterrumpida, pudimos llegar a casa. Él se fue antes claro, nos dejó allí “descojonaos”.

No sabemos por qué pero no le hemos vuelto a ver con esa ropa.

Aun nos preguntamos ¿con qué coño se tropezó?

Espero que os haya entretenido, si así ha resultado os mandaré mas aventuras de el Gran Fredy Chico y os diré su verdadero nombre, para que deje de estar en el economato…

5 comentarios:

juanluru dijo...

Lo podré leer y escuchar 2000 veces, no me importa, seguiré retorciéndome de risa siempre. Gracias Jesús por refrescarnos la memoria. Tenemos que seguir refrescando nuestra memoria colectiva y se me está ocurriendo una frase: "señor agente, yo solo he cogído un original de los Romeros de la Puebal"....

mendieta dijo...

magistral

SoÑaDoRa dijo...

Que fuerte, no lo he visto pero con solo imaginarlo me he podido reir a gusto. Que mala suerte que tiene vuestro amigo, bueno aunque yo tambien conozco alguna persona que es asi, y es que son unicos.
Una historia super entretenida.
Por cierto Hola y Xao

juanluru dijo...

Hola "la soñadora". pues si esto te sorprende, ten paciencia, porque hay muchas más historias, aunque quizá no tan buenas

madrile dijo...

Grande, muy grande. A ver cuando quedamos y hacemos un "remake". Ahí comenzó un mito, cuando celebramos el "centenario" pero en vez de 100, 10 años? (ustedes ya m entendéis lo que quiero decir, mamones, el ¿¿decanario??)